Gran espíritu creador de toda vida, un guerrero va hacia tí rápido y directo como una flecha lanzada al sol, dale la bienvenida, y déjale ocupar su lugar en el fuego del consejo de mi pueblo. Es Uncas, mi hijo, dile que tenga paciencia, y pídele a la muerte que venga porque todos están ya contigo menos uno, yo, Chingahook, el último mohicano.
Es lunes por la mañana de inicios de verano de 2026, y el viernes acabó su trabajo. M se desperezó, como había hecho cada mañana entre semana desde hacía un montón de años, y notó el peso del anacrónico reloj de pulsera que sus supervisores le habían regalado en una cena enviada a domicilio con los asistentes via Skype. Este era el recordatorio que esa mañana no iba a vestirse y salir rumbo a su centro de salud como cada lunes. El era formalmente el último médico de familia en plantilla del Sistema de Salud. Poco se esperaba este final cuando vio en YouTube este vídeo sobre escenarios en 2026 (un video que debía haber visto todos los médicos de 2016):
Para M no dejaba de ser curioso que a lo largo de los años y las charlas, cuando alguien hablaba de garantes del cambio, de salvadores del sistema (el que fuera), el colectivo al que habitualmente pertenecía el ponente siempre era el bueno e intocable de la película. Particularmente ningún médico de familia pensaba que sería sustituido funcionalmente por inteligencia artificial. Fue un proceso aparentemente lento, pero irremediable rápido. Las quejas sobre la sostenibilidad económica del sistema, el desprestigio y bajos sueldos de los médicos de familia, la falta de servicio en horario adecuado para los usuarios, la racionalización de la sobresanitarización, los llamados desiertos de profesionales (en países como Francia o USA)… todo influyó, aunque una serie de temas fueron vitales. Se vació de contenido a la Atención Primaria: primero se desatendió la demanda urgente, luego la administrativa (automatizando las bajas y la obtención de recetas) y finalmente se empezó a dar servicios online de alto valor añadido.
Pocos pensaban que el modelo hospitalcéntrico persistiría, y que la capilaridad asistencial se lograría al principio con Telemedicina paciente-médico (la aseguradora americana Oscar, y su clon español Sanitas Blua empezaron, y le faltó tiempo al resto de sector tanto privado como público). Y de repente llegó la era de la Inteligencia Artificial (cuando un ordenador por primera vez había ganado a un humano al Go, algo después que un ordenador hubiese ganado un concurso de lógica como era el formato televisivo Jeopardy) pronto el pensamiento complejo necesario para que un software pudiera diagnosticar fue algo real. M recordaba una historia en México, una demostración (en tiempo real) de cómo el Watson de IBM (el nombre de uno de los proyectos pioneros) podía diagnosticar una enfermedad genética como un genetista. Fue extraño ver que la genetista responsable del proyecto, empleada de IBM en Brasil, estaba encantada, cuando en realidad estaba presentando un doctor-as-a-service (un servicio online que trabajaba como un médico) como la copa de un pino, destinado a dejar en el paro a muchos licenciados en genética (en concreto a todos los que no estén investigando y publicando activamente).
Al mejorar las máquinas la adquisición de datos mediante sensores la cosa se puso realmente competitiva. La interface era lo que históricamente peor llevaban: ¿como apreciar una piel subictérica, cómo relacionar cambios sutiles en el estilo de vida, el fetor cetósico, un abdomen en tabla o globuloso y tantos otros signos?. Pero poco a poco fueron mejores que nosotros, los médicos, reflexionó M: Diagnosticaban por cambios en la voz, en la mirada, en como se articulaba el mensaje… ¿Qué nos iba a hacer mejores que ellas? ¿La empatía? No necesariamente… Pronto se empleó la Inteligencia Artificial para vaciar las saturadas consultas tanto de pacientes sanos (se hablaba del 85% de pacientes sobresanitarizados que la sanidad pública no podía atender como reclamaban) como los servicios de urgencias (adonde acudían los pacientes a buscar respuestas, cuando en la primaria no se consideran suficientemente bien atendidos). Los bots guiados por algoritmos y los asistentes virtuales sustituyeron al médico al otro lado de la pantalla, porque no tenía que levantarse a hacer sus necesidades fisiológicas (comer, orinar, defecar, dormir) y eran infatigables, e incluso llegaron a parecer infalibles.
Todos queríamos innovación, cambio, disrupción… menos cuando los «innovados», cambiados, «disrupcionados» íbamos a ser nosotros. Ahora no quedaba nadie más, los centros de salud se habían estado clausurando, y la población estaba más feliz y sana que nunca. Y nadie echaba de menos al pobre médico de familia, que quedó en el limbo de las profesiones olvidadas, junto al deshollinador o al fabricante de máquinas de escribir. Este era de verdad el primer día del resto de la vida de M, anteriormente médico de familia.